El CÓDIGO DE SNEFRU

Traducción oficial del artículo de Gabriele Venturi publicado en Antika el 3 de enero de 2013 con el título “Hipótesis de lectura de la estela de Seneferu”
A mi padre

Aussitôt après que l’idée du Déluge se fut rassise,
un lièvre s’arrêta dans les sainfoins et les clochettes mouvantes,

et dit sa prière à l’arc-en-ciel,
à travers la toile de l’araignée.
A. Rimbaud

1. La estela del Sinaí

En una de las canteras de piedra utilizada por los antiguos egipcios para la construcción de sus monumentos más famosos, las pirámides, se encuentra un relieve atribuido al faraón Seneferu, considerado como el fundador de la IV Dinastía, a la que se atribuyen las celebérrimas pirámides de Gizeh, un lugar en el que, además de las pirámides más impresionantes, se encuentra también la escultura más famosa del mundo, la Gran Esfinge. Una de las interpretaciones comunes de este enigmático complejo icónico-jeroglífico es que nos habla del rey divino durante el acto de acabar con un enemigo. Hay que observar atentamente esta obra, que constituirá el tema de esta breve investigación.

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En efecto, a primera vista parece evidente que la escena a la que asistimos sea precisamente la muerte de un adversario: de qué adversario se trata, en cambio, no queda claro. Siguiendo una línea de interpretación inmediata y realista podemos pensar que el faraón haya sido retratado mientras mata a un enemigo proveniente del noreste, ya que el relieve ha sido inciso en una cantera situada en el Sinaí. Pero quien conoce en profundidad la iconografía del arte antiguo egipcio sabe que con toda probabilidad esta teoría no se sostiene. Tomaremos como referencia el celebérrimo relieve de Ramsés II que representa su igualmente famosa victoria contra el enemigo hitita en Qadesh, que representa una batalla vencida por el carro del faraón contra todo el ejército adversario; evidentemente, no hay un solo historiador moderno que haya considerado o que pueda considerar la verdad – cómo podríamos llamara? – “de los hechos” de esta narración. Todo lo que sabemos de armas, táctica y estrategia antiguas y modernas, y todo lo que es razonable suponer por lo que respecta a las condiciones y a las circunstancias reales o realísticas de una batalla en campo abierto nos impide creer seriamente – ni siquiera por un segundo – que un ejército entero, formado por miles de personas, cogido por sorpresa por el enemigo en su propio campamento, preso del pánico, pueda ser salvado por la acción de una sola persona a pesar de su valía. La historia del héroe que en campo abierto arrolla él solo como un huracán una masa de enemigos se considera en el Occidente moderno como un cuento que sólo los niños muy pequeños se pueden creer.

Así que, como no es razonable suponer que los constructores de obras que representan el punto más alto jamás alcanzado por la arquitectura humana en el curso de su historia fueran niños o estúpidos, tenemos que suponer que el relieve de la batalla de Qadesh, a pesar de que parece narrar lo que nos parece un cuento construido manipulando de forma fantasiosa y casi delirante un suceso real, tiene que tener obligatoriamente otro significado. Quizá la perspectiva de la narración era completamente diferente de la que tomaría un historiador occidental en relación al mismo suceso. Esto nos lleva a pensar que también en el caso del relieve de Seneferu el enemigo abatido no sea lo que podemos definir un enemigo real, terrenal, geográficamente y culturalmente definido. Probablemente el rey divino está acabando con un enemigo también divino, un demonio, cómo se podría decir, un demonio que constantemente se abate sobre Egipto, que constantemente lo amenaza y del que constantemente el pueblo necesita ser protegido y salvado.

2. El Código de Seneferu

Este tipo de interpretación de los hechos históricos “reales” – que desde el punto de vista de un occidental moderno resulta talmente sorprendente y discutible que normalmente se lleva a rebatirla con el sarcasmo antes incluso que con cualquier tipo di argumento empírico – resulta confirmado por el hecho de que en el relieve del que se ocupa esta investigación los antiguos escultores y dibujantes parecen haber codificado – con un método geométrico-matemático todavía por descifrar en sus mínimos particulares pero seguro que muy complicado – las cinco pirámides más famosas del periodo de la historia del Egipto antiguo denominado “Imperio Antiguo”. Analicemos las imágenes.

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Estas imágenes parecen mostrarnos como un hecho obvio e incontestable una hipótesis histórica que aparece en cambio casi imposible de creer: en el relieve de Seneferu están representadas según un código que parece ya a primera vista bastante elaborado no sólo las dos pirámides más famosas, la Roja y la Acodada, sino también todas de su descendencia que todavía no había nacido: encontramos en efecto también las de su hijo Keops, de su nieto Kefrén y de su bisnieto Micerino. En la práctica, parece que tanto la imagen iconográfica como los jeroglíficos hayan sido estudiados formalmente y dimensionados métricamente de forma magistral para entrar en contacto en un modo siempre y en cualquier caso simbólicamente significativo con cinco pirámides, que tienen estructuras internas y / o inclinaciones típicas diferentes. Señalando la cúspide de las pirámides en otros puntos característicos del relieve podemos observar sistemas de intersección quizá todavía más sorprendentes.
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Las probabilidades de que una cosa de este tipo pueda haber pasado “por casualidad” – como está de moda decir en Occidente cada vez que no entendemos el producto de la inteligencia de nuestros antepasados – es de una entre varios billones de billones de billones (damos esta cifra para dar una idea: probablemente el número real es mucho más pequeño). Así que, silogísticamente hablando, si es cierto que relieve del Sinaí pertenece a Seneferu y si es cierto que también las pirámides de Gizeh han sido codificadas en este relieve, esto podría querer decir sólo que

A) Ya en tiempos de Seneferu los antiguos egipcios habían desarrollado una matemática y una geometría de altísimo nivel: así que no sería verdad lo que se suele creer, es decir, que los antiguos egipcios construyeron sus más altos monumentos en forma de pirámide porque – como a veces se escucha todavía – se trata de una estructura naturalmente estable y segura que por tanto puede trazarse “a ojo”, sin proyecto previo o incluso sin prestar mucha atención a lo que se hace.

B) Por tanto no sería verdad que la alta matemática llegó a Egipto en época tardía, como una influencia de la Grecia clásica: al contrario, esta matemática existía ya desde hacía por lo menos 2.500 años y – es más – viendo estas imágenes podemos suponer que en el momento en el que se grabó el relieve de Seneferu, ya desde hacía muchos siglos o incluso milenios, se desarrollaban complejísimos teoremas geométricos – sumados a una potencia de cálculo que al menos a primera vista resulta verdaderamente escalofriante.

C) Por tanto durante miles de años no sólo la matemática como ciencia no ha “evolucionado” – como se piensa normalmente – sino que al contrario habría involucionado hasta ser olvidada, para luego ser redescubierta muchos milenios después por vías y con formas diferentes primero en la Grecia clásica y después en el Occidente moderno.

D) Además, contrariamente a cuanto se cree, en tiempos de Seneferu todo el complejísimo sistema arquitectónico que ha llevado a la construcción de las pirámides de Gizeh se hallaba ya en las mentes de los arquitectos del bisabuelo: esto quiere decir que todo lo que ha sucedido después no es sino la puesta en marcha de un proyecto concebido mucho tiempo antes y no una sucesión de producciones arquitectónicas decididas una a una.

E) Tendríamos de este modo la prueba forzosa e irrefutable de que la actuación de este proyecto no dependía de la voluntad del solo faraón, sino de un plan preconcebido que seguía su marcha independientemente del hecho que un faraón viviera lo suficiente para poder construir “su” pirámide, que llegados a este punto podemos considerar que no era de ningún modo suya.

F) Por tanto parecería completamente posible, es más, completamente probable, que la empresa arquitectónica ligada a la construcción de una pirámide como la de Keops haya durado mucho más que la vida de un solo faraón. Que lo que en las pirámides nos parece un elemento aproximativo o incompleto no dependa del hecho que un solo faraón haya muerto antes de que se acabara sino de cualquier otro motivo del que no podemos imaginar por ahora su origen sino de forma absolutamente hipotética.

G) Así pues, la colocación cronológica del conjunto de Gizeh en torno al 2.500 a. C. se vería en discusión y no podría seguir siendo considerada como obvia y sólida. La consecuencia sería que toda las dataciones del conjunto que hasta ahora han sido definidas “contra corriente” – como por ejemplo la de John Anthony West – habría que tomarlas en consideración llegados a este punto, no sólo fundadas geológicamente por el estado y el tipo de corrosión de la esfinge y por las evidencias de una habilidad en trabajar la piedra de corte futurista: habría que considerarlas llegados a este punto filológica e arqueológicamente posibles y pensables.

H) Por tanto la función tradicional que se atribuye a las pirámides, o sea, la de ser la tumba de cada faraón, ya no sería aceptable y resultaría inexorablemente confutada. Con toda probabilidad los nombres “Seneferu”, “Keops”, “Kefrén” y “Micerino” se referirían a los faraones que se han adueñado de estas estructuras en tiempos más o menos cercanos a los imperios Medio y Nuevo, o bien a antiquísimas divinidades estelares relacionadas con el cielo de Duat. Así que considerada la disposición de las pirámides de Gizeh siguiendo el cinturón de Orión, se puede pensar que Keops fuera la representación terrenal o el avatar de piedra de Alnitak, Kefrén de Alnilam, Micerinos de Mintaka – mientras las pirámides de Seneferu deberían referirse a las dos estrellas más luminosas de las Pléyades, que constituyen la constelación rival de Orión en la precesión, es decir, Tauro (desde un punto de observación como Gizeh o Nabta Playa, Orión y Tauro parecen rotar a lo largo de los milenios en torno a un centro común, de forma que cuando el ciclo de los equinoccios coloca en el ápice Tauro, Orión llega a su punto más bajo y viceversa).

I) Así que la Orion Connection Theory imaginada por Bauval resultaría confirmada por este descubrimiento en un modo que parece incluso infalible. Gizeh y Dahshur no deberían seguir considerándose estructuras nacidas de la suma casual de la voluntad de diferentes individuos que siguiendo un capricho autónomo de soberanos omnipotentes han hecho una por aquí y otra por allá según se levantaban por la mañana, sino una imagen terrena del mapa estelar sagrado, divino, una imagen del Duat en una determinada época.

J) Bauval indica, como es sabido, aproximadamente el 10.500 a. C.: a partir de un descubrimiento de este tipo ya no sería imposible pensar que esta sea la fecha efectiva in que fue construido o incluso abandonada Gizeh, que es precisamente lo que se cree que haya sucedido en Göbekli Tepe, un yacimiento megalítico importantísimo que fue enterrado por sus propios constructores precisamente en torno al 10.500 a.C., probablemente en relación a la conclusión de una fase del ciclo de los equinoccios.

K) Esta podría ser por tanto la razón del misterioso fin de muchas civilizaciones, entre las cuales es célebre el caso de los mayas. Bien vista, una cosa así no parece tan irracional, dado que si se acepta el hecho que un complejo arquitectónico se construya en honor de un dios considerado como el más potente – porque se le identifica con una constelación que surge en el horizonte – en el momento en que el movimiento se invierte está claro que otra divinidad-constelación tiene que ocupar su lugar. Entonces resulta obvio que la ciudad – que ya no responde al estado de las cosas en el ámbito del mundo divino – sea abandonada: el motivo del abandono no sería entonces en absoluto diferente al motivo de su construcción y por tanto ni más ni menos “razonable” que esto.

L) Así que expresiones como “Imperio Antiguo” o “Imperio Medio” o sobre todo “Periodo Intermedio” no habrían tenido para los antiguos egipcios el sentido que hoy se tiende a atribuirles en la historiografía occidental moderna. Estas expresiones, de hecho, no se referirían a hechos concretos históricos, culturales o políticos, sino al cambio cíclico de la posición de las constelaciones – entendidas literalmente como divinidades – en el momento del orto helíaco en el equinoccio de primavera. Un perfecto ejemplo de “Periodo Intermedio” podría estar representado justo por el relieve de Seneferu, ya que en él el faraón-dios está representado con un gorro decorado entre otras cosas con unos cuernos. Como los cuernos son una característica de Tauro – sin embargo el faraón es interpretado tradicionalmente como un avatar humano de Osiris-Orión – podemos hipotetizar que en el periodo cósmico representado por el relieve Tauro estaba más alta o más o menos a la misma altura de Orión, así que para poder encarnar su potencia, el faraón tenía que vestir sus símbolos característicos.

M) Así que podemos también suponer que todos estos restos que han sido datados con carbono 14 especialmente en Gizeh no pertenezcan a los constructores del lugar, sino a personas que por varios motivos han vivido ahí y trabajado cuando las pirámides habían sido ya construidas hacía muchos siglos o milenios; un poco como les ha sucedido a los griegos de época clásica, que han vivido y trabajado entre los restos de las construcciones ciclópeas de Micenas, atribuyéndolas sin dudas a la mano y al tiempo de los Titanes. Como alternativa a estas conclusiones, podríamos hipotetizar que el relieve que hasta ahora se creía perteneciese a Seneferu no haya sido atribuido correctamente, y que en cambio pertenezca a un soberano mucho más tardío del Imperio Antiguo, o bien a una época en que tanto la geometría de las pirámides de Gizeh como las de Dahshur se conocía tan bien que se pudiera hacer de ellas una imagen en clave – como la que acabamos de ver. Pero aquí la primera cosa que salta a la vista es que todas las dudas que podríamos plantear en cuanto a la adecuada atribución se introducirían a partir de este descubrimiento, especialmente para evitar la “desagradable” consecuencia de tener que reescribir por completo la Historia y la Prehistoria, ya que hasta ahora no es que hubiera muchos debates al respecto. Además, incluso recurriendo a un subterfugio de este tipo, quedarían sin resolver algunos problemas de vital importancia: por qué se ha llevado a cabo una imagen de este tipo? Por qué ha sido realizada en el Sinaí? Cómo puede ser casualidad que hasta cinco pirámides construidas de forma arbitraria por cuatro soberanos diferentes puedan al final llegar a confluir en un código tan unitario y coherente – si el código inicial no era ya el mismo? Además: por qué tanto esfuerzo intelectual dirigido a la construcción de un rompecabezas que al ojo moderno resulta completamente inocuo e inútil? Y, sobre todo, de dónde viene la potencia del cálculo, de inducción y de codificación que han sido utilizadas para esta imagen que, si las pirámides derivaran efectivamente de voluntades diferentes e incoherentes entre sí, aparecerían sin duda como pertenecientes a la “Historia Fantástica”? En otro sentido, podríamos pensar que lo que vemos en el relieve sea un código para la construcción de las pirámides y por eso, tomado como referencia para el proyecto, por fuerza cada nueva pirámide tendría que confluir de forma significativa con este conjunto icono-jeroglífico, algo así como cada nueva figura musical confluye por fuerza y de forma significativa con las leyes de la armonía y de la notación musical: pero a quién y por qué le puede haber venido una idea de este tipo? Si lo que hemos planteado como hipótesis es cierto, por qué las pirámides debían confluir a priori con un código de este tipo?

3. Análisis por ordenador

Llegados a este punto resulta obligatorio advertir al lector que la investigación por ordenador de este relieve se encuentra sólo en su fase inicial, y que un experto está comprobando si no pueden existir también en esta obra los códigos constructivos de otras pirámides del Imperio Antigyo y – sobre todo – si no contiene otro código – todavía más oculto y complejo. En caso de que se transformaran en prueba los primeros indicios que parecen indicar de forma significativa de este código sería verdaderamente difícil atribuirlo a los artífices que tendemos a considerar bastante “primitivos” – si bien dotados de un profundo y enigmático “sentido estético” – dado que los tratamos como si no tuvieran los medios que a nosotros nos resultan obvios y banales como la rueda o la polea.

Es evidente que – antes de ofrecer cualquier tipo de conclusión cierta – el asunto implicará un largo estudio que pueda confirmar o desmentir esos que por ahora no se pueden considerar sino puntos de salida, o primeras impresiones. Pero si de tales códigos fuera posible confirmar la existencia – tanto a partir del análisis por ordenador como de un complejo y trabajoso acuerdo entre los estudiosos – el hecho causaría al final preguntas que probablemente no podrían ser resueltas en el breve espacio de un artículo o por la débil mente de un solo ser humano. A la luz de los datos que parecen aflorar sería necesario que expertos de arquitectura, astronomía, y matemáticas del antiguo Egipto – también expertos en inscripciones jeroglíficas e iconografía – colaborasen para resolver los problemas que surgen de un descubrimiento que parece verdaderamente asombroso. Parece de hecho completamente claro que el relieve es también una obra de arte, acompañada de recónditos significados que en este momento no somos capaces ni siquiera de imaginar. No está claro ni siquiera si futuras investigaciones podrán ir más allá que quedarse atrapadas en esa que parece una superficie casi mágicamente intrincada. Decimos esto porque parece que los escultores y los arquitectos del antiguo Egipto hayan trabajado con las pirámides del mismo modo que con el relieve de Seneferu, o sea, de forma que su significado oculto resultara incompresible para los no iniciados. Es como si Bach, en una de sus obras fundamentales, hubiera incorporado otras obras siguiendo un sistema, de forma que entrecruzándolas se pudiera obtener un tipo de experiencia y de conocimiento completamente diferente del simple disfrute de la música.

En conclusión, hay que subrayar cómo el descubrimiento del “Código de Seneferu” poco o nada se preste a esos titulares triunfalistas tan de moda en el periodismo llamado “popular”, énfasis que sirve sólo como cebo para llamar la atención de lectores impreparados, titulares en los que sistemáticamente se prometen irrealistas epifanías gnoseológicas como “descubierto el secreto del antiguo Egipto!”, “revelado el misterio de la Gran Pirámide!” o cosas de este tipo. Antes bien, el descubrimiento de este al menos por ahora completamente mudo y enigmático “Código de Seneferu” constituye si acaso la revelación de un socrático saber que no se sabe, la disolución de de una apariencia que se creía conocimiento. La única cosa que quizá ya en este momento nos revela es que casi todo lo que creíamos conocer sobre el Imperio Antiguo y el Egipto prefaraónico – y quizá también lo que respecta a toda la Prehistoria – no corresponden a la verdad, y que si queremos llegar a ella tenemos que armarnos de paciencia y volver a empezar desde el principio.

APPENDICE FOTOGRAFICA: ALTRE RELAZIONI GEOMETRICHE FRA IL RILIEVO DI SNEFRU E LA GRANDE PIRAMIDE